Homilía 10 de Febrero de 2021 – S.E. Mons. Luciano Russo

Homilía  10 de Febrero de 2021 – S.E. Mons. Luciano Russo

Misa votiva al Espíritu Santo

Panamá, 10 de febrero de 2021.

1ª lectura: Hch.: 2, 1-11

Salmo: Ps.103

2ª lectura: 1ª Cor.: 12, 3b-7. 12-13

Evangelio: Jn. 20, 19-23

 

Todos fueron llenados del Espíritu Santo” (Hch. 2, 4)

 

 

Queridos hermanos en el episcopado,

Queridos sacerdotes,

Queridos fieles que nos siguen por FeTv,

 

 

Hermanos y hermanas,

La celebración de hoy nos lleva a lo que nos propone la liturgia del día de Pentecostés. Hablando a los Apóstoles en el Última Cena, Jesús dice que, después de su partida de este mundo, les enviaría a ellos el don del Padre; esto es, el Espíritu Santo (Cf. Jn. 15, 26). Esta promesa se realiza con poder en el día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo desciende sobre los discípulos reunidos en el Cenáculo. Aquella efusión, aunque extraordinaria, no ha quedado única y limitada a aquél momento, sino que es un evento que se renovó y se renueva todavía. Cristo glorificado a la derecha del Padre continúa realizando su promesa, enviado sobre la Iglesia el Espíritu vivificante, que nos enseña y nos recuerda y nos hace hablar.

Esto es el motivo por el cual celebramos hoy esta misa votiva del Espíritu Santo, en el medio de la Asamblea de la Conferencia de los obispos de Panamá: pedir al Espíritu Santo los dones celestiales que nos permitas adelantar en nuestra vida espiritual y sobretodo llevar a cabo la misión que El Señor nos ha entregado.  A ustedes, como pastores y guías del pueblo de Dios en esta tierra panameña, y a mí, come hermano en el episcopado, reforzando los vínculos de amor y caridad con el sucesor de los apóstoles, el Papa Francisco. Esto es, en resumen, el sentido de la carta comendaticia que entregué a Mons. Rafael Valdivieso, Presidente de la Conferencia Episcopal panameña, al comienzo de la santa misa.

El Espíritu Santo nos enseña que él es el Maestro interior. Nos guía por el justo camino, a través de las situaciones de la vida. Él nos enseña la senda, el camino. En los primeros tiempos de la Iglesia, el Cristianismo era llamado “el camino” (Cf. Hch. 9, 2), y Jesús mismo es el Camino. El Espíritu Santo nos enseña a seguirlo, a caminar sobre sus huellas. Más que un maestro de doctrina, el Espíritu Santo es un maestro de vida. Y de la vida forma parte ciertamente también el saber, el conocer, pero dentro del horizonte más amplio y armónico de la existencia cristiana.

El Espíritu Santo nos recuerda, nos recuera todo aquello que Jesús ha dicho. Es la memoria viviente de la Iglesia. Y mientras nos hace recordar, nos hace también entender las palabras del Señor.

Este recordar en el Espíritu y gracias al Espíritu no se reduce a un hecho mnemónico, es un aspecto esencial de la presencia de Cristo en nosotros y en su Iglesia. El Espíritu de verdad y de caridad nos recuerda todo esto que Cristo dijo, nos hace entrar siempre más plenamente en el sentido de sus palabras. Todos nosotros tenemos esta experiencia: un momento, en cualquier situación, hay una idea y después otra se une a un fragmento de la Escritura… Es el Espíritu que nos hace este camino: el camino de la memoria viviente de la Iglesia. Y esto pide de nosotros una respuesta: más nuestra respuesta es generosa, más las palabras de Jesús se vuelven vida en nosotros, se vuelven comportamientos, elecciones, gestos, testimonios. En sustancia el Espíritu nos recuerda el mandamiento del amor, y nos llama a vivirlo.

Un cristiano sin memoria no es un verdadero cristiano: es un cristiano a mitad de camino, es un hombre o una mujer prisionero del momento, que no sabe atesorar su historia, no sabe leerla y vivirla como historia de salvación. En cambio, con la ayuda de Espíritu Santo, podemos interpretar las inspiraciones interiores y los acontecimientos de la vida a la luz de las palabras de Jesús. Y así crece en nosotros la sabiduría de la memoria, la sabiduría del corazón.

El Espíritu Santo nos enseña, nos recuerda y nos hace hablar con Dios y con los hombres. Nos hace hablar con Dios en la oración. La oración es un don que recibimos gratuitamente, es diálogo con Él en el Espíritu Santo, que ora en nosotros y nos permite dirigirnos a Dios llamándolo Padre, Papá, Abbá (Cf. Rm. 8, 15; Gal. 4, 4); y esto no es sólo una “manera de decir”, sino que es la realidad, nosotros somos realmente hijos de Dios. “En efecto, todos aquellos que son guiados por el Espíritu Santo de Dios, estos son hijos de Dios” (Rm. 8, 14).

Nos hace hablar en el acto de fe. Nadie puede decir «Jesús es Señor», si no es bajo la acción del Espíritu – lo hemos escuchado en la segunda lectura de hoy. Y el Espíritu nos hace hablar con los hombres en el diálogo fraterno. Nos ayuda a hablar con los otros reconociendo en ellos hermanos y hermanas; a hablar con amistad, con ternura, con mansedumbre, comprendiendo las angustias y las esperanzas, las tristezas y los gozos de los otros.

Pero hay más: el Espíritu Santo nos hace hablar también a los hombres en la profecía, esto es, haciéndonos “canales” humildes y dóciles de la Palabra de Dios. La profecía es hecha con franqueza, para mostrar abiertamente las contradicciones y las injusticias, pero siempre con mansedumbre e intención constructiva. Penetrados del Espíritu de amor, podemos ser signos e instrumentos de Dios que ama, que sirve, que da la vida, cada uno con sus defectos y virtudes.

Que lindas son estas palabras del Apóstol Pablo: “Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común.

Los dones que nos da el Espíritu Santo non son para que estén encerrados en nosotros sino para el bien de todos, el bien común, que nos hace sentir, como dice el Papa Francesco en su última encíclica “Fratelli tutti”.

En fin, el Espíritu Santo nos enseña el camino, nos recuerda y nos explica las palabras de Jesús, nos hace rezar y decir Padre a Dios, nos hace hablar a los hombres en el diálogo fraterno y nos hace hablar en la profecía. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería. Esto fue el bautismo de la Iglesia, que nace “en salida”, “partiendo” para anunciar a todos la Buena noticia.

Es lo que queremos pedir al Señor en esta santa Misa. Que nos concedes el don de su Santo Espíritu para que podamos continuar, escuchando, hablando y enseñando, a testimoniar el amor de Dios con todos y a compartir con los hermanos y hermanas que nos han sido confiados, los dones maravillosos del Espíritu Santo, según lo que el mismo Espíritu sugiera a cada uno de nosotros.

Que el Espíritu de Jesucristo nos renueve y nos convierta, especialmente en este tiempo de dificultades a causa de la pandemia, en testimonio de fe, esperanza y amor. Y que la Eucaristía que estamos celebrando nos una, una vez más, juntos con María la Virgen; nos alimenta y nos acompaña siempre.

Amen