Palabras del Nuncio Apostólico en la Clausura de la Romería a Jesús Nazareno Atalaya

Home / Noticias / Palabras del Nuncio Apostólico en la Clausura de la Romería a Jesús Nazareno Atalaya
Palabras del Nuncio Apostólico en la Clausura de la Romería a Jesús Nazareno Atalaya

Su Excelencia Monseñor Audilio Aguilar, Obispo de Santiago de Veraguas,

Su Eminencia Señor Cardenal José Luis Lacunza Maestrojuán,

Su Excelencia Monseñor José Domingo Ulloa Mendieta, Arzobispo de Panamá y Presidente de la Conferencia Episcopal,

Excelentísimos Señores Obispos de Panamá,

Reverendos Sacerdotes y Diáconos,

Reverendos Religiosos,

Reverendas Religiosas,

Estimados representantes de las autoridades civiles,

Queridos hermanos y hermanas en Cristo, peregrinos al Jesús Nazareno de Atalaya.

Como saben, llegué hace algunos meses a Panamá y estoy muy ansioso de conocer el Pueblo panameño y la Iglesia en Panamá, por lo tanto, estoy muy agradecido al Obispo de Santiago, Monseñor Audilio Aguilar, por su amable invitación a presidir esta Eucaristía en el santuario de Jesús Nazareno de Atalaya. Es una cosa muy edificante ver hoy día miles de peregrinos de la Diócesis de Santiago y de todo Panamá, junto con los Obispos reunidos alrededor de Jesús Nazareno. Saludo a todos muy cordialmente en nombre de Su Santidad Papa Francisco, a quien tengo el honor de representar, y en el mío propio.

Celebramos hoy día la solemne clausura de la romería a Jesús Nazareno de Atalaya y, al mismo tiempo, el primer domingo de cuaresma, de hecho hace tres días hemos comenzado el santo tiempo de nuestra preparación espiritual para celebrar dignamente la Pascua de nuestro Señor.

Usando las palabras del Apóstol San Pablo, podemos decir que la cuaresma es un tiempo de gracia, el tiempo favorable y los días de salvación (2Cor 6, 1-2). Pienso que al comienzo de cuaresma es importante recordar que se trata de un tiempo de gracia. La cuaresma no es un tiempo triste destinado al sufrimiento, sin embrago es un tiempo ofrecido a nosotros para hacernos mejores; para renovarnos y nuestras vidas. La Iglesia tradicionalmente nos ofrece tres remedios: oración, ayuno y caridad.

Su Santidad Papa Francisco en su mensaje para la Cuaresma 2018 nos propone los cinco consejos, que por otro lado se refieren también a los tres remedios tradicionales, y son: 1. Alerta ante los profetas estafadores, 2. Evitar que el amor se enfríe, 3. Más tiempo de oración, 4. La limosna como estilo de vida, 5. Un ayuno que despierta.

La primera señal de que nuestra fe es débil es cuando no rezamos. Cuando no rezamos nuestra fe está en peligro. La oración es nuestro diálogo con Dios, nosotros necesitamos rezar aunque no siempre es fácil. El hecho de que tenemos dificultades en la oración no debe desalentarnos, basta recordar que los Apóstoles, que estaban con Jesús, le pidieron un día “Señor, enséñanos a orar” (Lc 11, 1). Si ellos siendo tan cercanos de Jesús tenían dificultades, no es nada extraño que también nosotros experimentemos los mismos problemas. La primera condición de la oración es el silencio. No debemos tener miedo al silencio. En el silencio podemos escuchar a Dios y comenzar a hablar con él. Nuestros tiempos están llenos de ruido y de muchas palabras inútiles. A veces para rezar debemos quedarnos solos y en silencio y así nos llega la voz del Señor.

En el Evangelio de hoy hemos escuchado que Jesús se retiró “al desierto, donde permaneció cuarenta días y fue tentado por Satanás” (Mc 1, 12).

¿Qué es una tentación? En nuestros tiempos modernos, buscamos todas las respuestas en Internet. Y yo he hecho también así y encontré esta definición: “tentación es el deseo de realizar una acción inmediatamente agradable pero dañina a largo plazo, por multitud de razones: legal, social, psicológica que provoca el sentido de la culpa”.

Y así es, recordemos a Adán y Eva en el jardín del Edén, los frutos del árbol que estaba en medio del jardín parecían deliciosos y por esta razón han desobedecido a Dios y, en consecuencia, han descubierto el sentido de la culpa: el pecado.

A veces, en la vida podemos encontrar muchas tentaciones y promesas vacías. Pueden ser el dinero, el alcohol, la droga, el poder, la carrera, etc. Sí, tenemos la libertad y podemos escoger lo que queremos. Aquí es muy bueno recordar las sabias palabras de San Pablo de la primera carta a los Corintios, “Todo me está permitido, dice, pero no todo conviene. Todo me está permitido, pero no me dejaré someter por nada” (1Cor 6, 12).

Todos nosotros tenemos tentaciones, es una cosa muy natural. Recordemos que la misma tentación no es un pecado, solo ceder a la tentación es un pecado.

Para evitar y para vencer las tentaciones necesitamos tener control de nosotros mismos y, a veces, un auto negación.

El ayuno es símbolo de todo esto que nos permite controlarnos mejor. No es solo la comida, sino todo esto que nos esclaviza; todo lo que hace mal a nosotros o a nuestros prójimos. En el cuarto prefacio de cuaresma leemos: “Porque con el ayuno corporal refrenas nuestras pasiones, elevas nuestro espíritu, nos das fuerza y recompensa”.

No hacemos buenos propósitos y sacrificios de cuaresma porque queremos sufrir, sin embargo, los hacemos para disciplinar nuestra vida. Un deportista sabe bien que para llegar al éxito debe trabajar mucho y a veces sacrificándose. Y así es con nosotros.

Ustedes, peregrinos de Jesús Nazareno de Atalaya, lo saben bien, por esa razón hacen largas colas para confesarse, aprecian el Sacramento de la Penitencia.

En efecto, en el Libro de Isaías encontramos la descripción de qué tipo de ayuno quiero Dios: “Este es el ayuno que yo amo –oráculo del Señor–: soltar las cadenas injustas, desatar los lazos del yugo, dejar en libertad a los oprimidos y romper todos los yugos; compartir tu pan con el hambriento y albergar a los pobres sin techo; cubrir al que veas desnudo y no despreocuparte de tu hermano” (Isaías 58, 6-7).

He aquí, que tocamos el tercer remedio tradicional, la limosna o la caridad, porque como dice el Santo Padre un ayuno despierta; nos despierta a nosotros y permite a todo cristiano experimentar “lo que sienten aquellos que carecen de lo indispensable y conocen el aguijón del hambre”. El tiempo de cuaresma nos permite ver los problemas de los otros y ayudarlos. En esta manera, evitamos que nuestro amor se enfríe. El Santo Padre en su carta para la cuaresma escribe que Dante Alighieri, un famoso poeta italiano y autor de la Divina Comedia, “en su descripción del infierno, se imagina al diablo sentado en un trono de hielo, su morada es el hielo del amor extinguido”. Para evitar que nuestro amor a Dios y a los hombres se enfríe debemos evitar el egoísmo, el pesimismo y la tentación de aislarse y vivir sólo para nosotros.

Hemos tocado cuatro consejos del Papa Francisco para la cuaresma este año, nos falta solo uno: alerta ante los profetas estafadores. El Papa pide estar alerta ante los “falsos profetas que se esconden detrás de quienes ofrecen “un placer momentáneo, al que se le confunde con la felicidad: la ilusión del dinero, la vanidad, la mentira, soluciones sencillas e inmediatas para los sufrimientos que resultan completamente ilusorias y la confusión entre el bien y el mal”.

*****

 

San Pablo en su carta a los Filipenses nos afirma: “Cristo Jesús, siendo Dios, no consideró que debía aferrarse a las prerrogativas de su condición divina, sino que, por el contrario, se anonadó a sí mismo tomando la condición de siervo, y se hizo semejante a los hombres.

Así, hecho uno de ellos, se humilló a sí mismo, y por obediencia aceptó la muerte, y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre, para que, al nombre de Jesús, todos doblen la rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y todos reconozcan que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Flp 2, 6-11).

 

Queridos peregrinos, nos reunimos hoy día en torno a la imagen del Jesús Nazareno de Atalaya. Una imagen venerada desde hace muchos años y conocida en Panamá y en el mundo entero;

Hemos venido hoy día a Atalaya para mirar a Cristo nuestro Señor, Maestro y Salvador. Queridos peregrinos, son justamente nuestra fe, esperanza y amor a Cristo los que nos han traído hoy día a Atalaya, para venerar la imagen del Jesús Nazareno.

Nuestra presencia quiere decir que creemos en Jesucristo, Hijo único de Dios Padre. Con nuestra presencia queremos decir que Él es nuestro Señor y Salvador y rechazamos todos los falsos profetas y todas falsas promesas de ellos. Al nombre de Jesús se doblen nuestras rodillas y demos gracias para gloria de Dios Padre.

Siempre San Pablo nos enseña que “si confiesas con tu boca que Jesús es Señor, y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de la muerte, te salvarás” (Rom 10, 9).

*****

La imagen del Jesús Nazareno está ligada al sufrimiento: Él está vestido con vestimenta morada, con la corona de espinas siempre listo a llevar la cruz. La imagen de Jesús Nazareno es tradicionalmente una imagen de Jesús en viacrucis.

 

Hace poco tiempo, he citado la carta a los Filipenses donde hemos escuchado que Cristo, Hijo de Dios Padre, se humilló y aceptó la muerte de cruz. En la venerada imagen del Jesús Nazareno de Atalaya se refleja el dolor del sufrimiento de la cruz.

Preguntémonos, ¿por qué Jesús aceptó la muerte en la cruz? Él mismo nos ha dado la respuesta, “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos” (Jn 15, 13).

 

He aquí la respuesta, Jesús aceptó la muerte en la cruz porque nos ama, porque somos sus amigos. Sí, Hermanas y Hermanos, somos verdaderamente amados por Dios. Él nos ama y nos conoce por nuestro nombre. Somos amigos de Dios.

 

Somos importantes para Él. A través de la gracia del Sacramento del Bautismo somos unidos para siempre con nuestro Señor y Salvador. “Ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni potestades, ni presente, ni futuro, ni poderes, ni altura, ni hondura, ni criatura alguna nos podrá separar del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rom 8, 38-39).

 

En los momentos de prueba o de duda o de cualquier dificultad, debemos recordar estas palabras de San Pablo. Nada y nadie puede separarnos del amor de Cristo. Nunca debemos tener miedo de las fuerzas oscuras porque nos protege nuestra fe y el amor de Jesús. Nosotros no vivimos en el mundo gobernado por el mal y el bien, no, no es así. El mundo entero es gobernado sólo por Dios. Si confesamos que Jesús es Señor somos salvos (cfr. Rom 10, 9). A sus discípulos, Jesús antes de su pasión, les decía “Tengan valor, yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33).

 

*****

En este santo tiempo de cuaresma uno de los temas centrales será la cruz de Jesucristo. La cruz de él será exaltada en la liturgia y debe ser también exaltada en nuestros corazones. Durante la cuaresma escucharemos muchas veces las palabras de Jesús “Si alguno quiere seguirme, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz de cada día y me siga” (Lc 9, 23).

En tiempos de Jesús, la cruz, fue uno de los más crueles y horribles medios de tortura y muerte. La muerte en cruz estaba reservada a los bandidos peligrosos o a los esclavos que se rebelaban. Se trataba pues de una muerte vinculada con una muerte terrible y vergonzosa poco digna y destinada a la peor gente de la sociedad. Lo que era la cruz para la gente contemporánea de Jesús lo dice bien San Pablo en la primera carta a los Corintios: “Mientras los judíos piden milagros y los griegos van en busca de sabiduría, nosotros, en cambio, predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos” (1Cor 1, 22-23).

¿Como exaltar el instrumento de muerte?

Hace poco tiempo, hemos dado la respuesta a esta pregunta. La cruz es un símbolo de amor, del amor más grande, que no tiene miedo de dar todo, incluso la vida, por aquellos que ama.

La respuesta más eficaz al “escándalo” de la cruz es que todo el drama de la pasión y muerte de Jesús tuvo lugar “por amor”. De tal manera ha amado Dios a los hombres que para salvarlos no evitó el dolor de Aquel que para Él era el más amado – su Hijo Jesús – entregándolo en cambio en “rescate” a la muerte temporal con el fin de liberarlos de la muerte eterna. De tal manera ha amado Jesús al Padre que “obedeció hasta el punto de morir en la cruz” ante su designio de salvación; y de tal manera ha amado a los hombres que descendió al abismo de la muerte -¡y qué muerte!- para asumir la condena por ellos merecida por sus pecados (Él, el Inocente) y así poder salvarlos. De este modo, y a la luz del amor del Padre por los hombres y de Jesús por el Padre y los hombres, es posible dar una respuesta total al drama escandaloso de la muerte de Jesús en la cruz. Sin embargo, en esto reside precisamente la dificultad para los hombres: creer en el amor, cuya demostración suprema está en la locura de la cruz. En realidad, la locura de la cruz es la locura del amor y sólo puede comprenderla quien comprende lo que es el amor. La cruz es una lección de amor.

Así, el amor es fuente de equilibrio. Es el secreto de la felicidad. ¿Qué pasa si una persona no aprende a amar? La vida, tu vida o mi vida dejan de tener sentido; urge cultivar el amor, urge vivir amando, no se puede vivir sin trasmitir el amor, de lo contrario, descubrirán que en realidad no amamos. Quiénes somos nosotros sin amor:

La inteligencia sin amor… te hace soberbio

La justicia sin amor… te hace duro

El éxito sin amor… te hace arrogante

La riqueza sin amor… te hace avaro

La docilidad sin amor… te hace servil

La pobreza sin amor… te hace orgulloso

La verdad sin amor… te hace insultante

La autoridad sin amor… te hace tirano

El trabajo sin amor… te hace esclavo

La oración sin amor… te hace introvertido

La ley sin amor… te esclaviza

La fe sin amor… te fanatiza

La cruz sin amor… se convierte en injusta tortura

La vida sin amor… no tiene sentido.

Volvemos nuevamente a la cruz que es un símbolo de amor; sin la cruz de Jesús no comprenderíamos nuestros sufrimientos ni los sufrimientos del mundo. La cruz de Jesús ha sido necesaria para la salvación del mundo. La cruz, sin embargo, ha sido sólo una “estación” en el camino hacia la resurrección, hacia la vida sin ocaso. Nuestro Señor ha dicho “Yo soy la resurrección y la vida. Quien cree en mí, aunque muera, vivirá; quien vive y cree en mí no morirá para siempre” (Jn 11, 25-26).

Queridos amigos, la cruz de Jesús es símbolo de la Iglesia, de la redención y de la salvación; símbolo del amor y de la esperanza; símbolo de la victoria sobre el pecado y sobre la muerte. ¡No podemos avergonzarnos jamás de la cruz de Jesús! Que su cruz sea para nosotros fuerza y esperanza en nuestra vida. “Ave crux, spes unica”, decían los latinos: Salve oh cruz, única esperanza nuestra.

 

Queridos Hermanos y Hermanas, hemos venido hoy a Atalaya a mirar a Jesús Nazareno, Hijo único de Dios Padre, nuestro Maestro y Salvador. Queremos renovar nuestra fe, esperanza y amor a Cristo.

 

Hemos venido aquí con nuestras alegrías y éxitos; hemos venido también con nuestros dolores y problemas. Estoy seguro que cada uno de nosotros tiene muchas intenciones que queremos pedir a Dios. Hagámoslo en el nombre de Jesucristo, recordando sus palabras “Si ustedes me piden algo en mi nombre, yo lo haré” (Jn 14, 14). Y así sea. Amén.