Homilía del Nuncio Apostólico en la Jornada Mundial de la Paz 2018

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Homilía del Nuncio Apostólico en la Jornada Mundial de la Paz 2018

 

Su Excelencia, Señor Arzobispo, Monseñor José Domingo Ulloa Mendieta, Presidente de la Conferencia Episcopal,

Su Eminencia Señor Cardenal José Luis Lacunza Maestrojuán,

Excelentísimos Monseñores Obispos de Panamá,

Reverendos Sacerdotes, Religiosos y Diáconos,

Reverendas Religiosas,

Estimados representantes de las autoridades civiles,

Queridos hermanos y hermanas en Cristo.

Desde hace más de 50 años, al comienzo del año civil, la Iglesia invita a todos los hombres y mujeres de buena voluntad de rezar por la paz y, al mismo tiempo, el Santo Padre, en una carta invita a los creyentes y no creyentes a reflexionar sobre la paz.

En realidad el primero de enero de este año hemos celebrado la 51 (quincuagésima primera) Jornada Mundial de la Paz.

¿Por qué la Iglesia se preocupa tanto de la paz? Gracias a Dios, nosotros aquí en Panamá vivimos en paz, pero en el mundo hay lamentablemente siempre lugares donde reina la guerra y falta la paz. No hay paz en la República Democrática del Congo; la gente en Sudán del Sur sufre a causa de la violencia. Pensamos en el conflicto en Siria; pensamos en los atentados terroristas, que también son una guerra; lamentablemente la lista de lugares donde falta la paz podría ser todavía más larga.

El domingo pasado, 4 de febrero, durante la oración del Angelus, el Santo Padre ha propuesto una Jornada de Oración y Ayuno por la Paz en la República Democrática del Congo, Sudán del Sur y el mundo entero. Esta Jornada será celebrada el 23 de febrero de 2018, viernes de la primera semana de cuaresma. Su Santidad tiene un vivo deseo de que toda la Iglesia se una a esta Jornada de Oración. El Santo Padre invita a todas las Conferencias Episcopales y a cada Obispo en particular a tomar las iniciativas más oportunas en favor de la amplia participación de las Iglesias locales.

Ésta es la primera causa de la ausencia de paz: la guerra que arde siempre en la tierra. La segunda razón es: porque la paz es un don frágil y fácil de destruir. El Beato Pablo VI (sexto) en el mensaje para la primera Jornada de la Paz en 1968, escribía: “Es necesario siempre hablar de Paz. Es necesario educar al mundo para que ame la Paz, la construya y la defienda; contra las premisas de la guerra que renacen y contra las insidias de una táctica de pacifismo que adormece al adversario o debilita en los espíritus el sentido de la justicia, del deber y del sacrificio, es preciso suscitar en los hombres de nuestro tiempo y de las generaciones futuras el sentido y el amor de la Paz fundada sobre la verdad, sobre la justicia, sobre la libertad, sobre el amor”.

En 1502 el rey de Escocia, Jacobo IV (cuarto) firmó con Enrique VII (séptimo) de Inglaterra el tratado de paz que había sido librado durante los doscientos años previos, por esta razón fue denominado el Tratado de Paz Perpetua. Pero ya en 1513, entonces once años después, el tratado se rompió cuando Jacobo invadió a Inglaterra. Así es la suerte de la paz perpetua… sencillamente no existe.

San Pablo en su primera carta a los Corintios dice “quien crea estar firme, tenga cuidado y no caiga” (1Cor 10, 12). La paz es un don y al mismo tiempo un desafío, debemos siempre estar atentos, la paz no es para siempre; por esta razón Jesús dice: “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios” (Mt 5,9).

Cuando decimos la palabra “la paz” pensamos en modo positivo sobre una situación sin guerra, con tranquilidad, sin violencia, con equilibrio y con libertad. El antiguo poeta romano Cicerón decía que la paz es libertad en tranquilidad.

Entre las condiciones para la paz se debe mencionar la verdad, la libertad, la justicia, la igualdad y el respeto de todos. Si queremos promover la paz podemos hacerlo a través del desarrollo, la educación, el diálogo y la solidaridad.

La paz puede ser internacional, entre diferentes estados; ella puede ser nacional, cuando una nación vive en harmonía y respeto; y, al final, podemos hablar de la paz personal.

Todas las formas de paz son importantes y están unidas entre sí, por ejemplo, uno que no tiene paz en sí mismo no puede hacer la paz en su país y un país sin paz nacional no puede poner paz entre los otros estados.

San Juan XXIII escribió en su encíclica “Pacem in Terris”: “La paz en la tierra, suprema aspiración de toda la humanidad a través de la historia, es indudable que no puede establecerse ni consolidarse si no se respeta fielmente el orden establecido por Dios” (1).

Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, dotándole de inteligencia y libertad, y le constituyó señor del universo. De esta manera tenemos libertad y posibilidad de escoger. Pero donde, con nuestras acciones, limitamos o violentamos la libertad de los demás, termina nuestra libertad.

Aquí es muy bueno recordar las sabias palabras de San Pablo de la primera carta a los Corintios, “Todo me está permitido, dice, pero no todo conviene. Todo me está permitido, pero no me dejaré someter por nada” (1Cor 6, 12).

Todos nosotros tenemos derechos y deberes. Cada vez que ponemos primero nuestra libertad y nuestros derechos sin recordar nuestros deberes, estamos ya en un sendero de guerra; y si todavía más, no respetamos la libertad de los otros y los derechos de ellos, somos ya violentos y estamos listos para una guerra.

Repetimos después de Juan XXIII: el respeto del orden establecido por Dios es una garantía de paz.

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Este año, el Santo Padre ha intitulado su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz: “Migrantes y Refugiados: hombres y mujeres que buscan la paz”.

Como sabemos bien, el mundo de hoy pasa por una de las más grandes crisis de migración en el mundo, especialmente en Europa. Migrantes y refugiados son considerados muchas veces como una amenaza a la paz, a la democracia y la estabilidad. Su Santidad cambia esta perspectiva y nos enseña que los migrantes y refugiados, son gente como nosotros, que son hombres y mujeres que buscan la paz; no son un peligro a nuestra estabilidad sino un don, un elemento que puede enriquecer nuestra sociedad.

La paz, escribe el Papa, es una aspiración profunda de todas las personas y de todos los pueblos, especialmente de aquellos que sufren más por su ausencia.

El mundo de hoy conoce 250 millones de migrantes, de los que 22 millones y medio son refugiados. Estos últimos huyen de la guerra y del hambre, o se ven obligados a abandonar su tierra a causa de la discriminación, la persecución, la pobreza y la degradación ambiental.

Ayudar a toda esta gente a encontrar un hogar seguro donde pueda vivir en paz exige mucho trabajo y mucha generosidad y mucha prudencia.

Su Santidad ve cuatro piedras angulares para la acción de ayudar a los migrantes y refugiados: acoger, proteger, promover e integrar. Esta acción exige, sin embargo, la virtud de la prudencia para que los gobernantes sepan acoger, garantizando a sus ciudadanos los derechos que les corresponden en justicia y un desarrollo harmónico. Quien acoge migrantes sin prudencia y responsabilidad, se parece al constructor necio que hizo mal sus cálculos y no consiguió terminar la torre que había comenzado a construir.

Todo esto es muy urgente sobre todo tomando en consideración que en el mundo de hoy hay tantos refugiados y migrantes. Ya San Juan Pablo II ante el Gran Jubileo por los 2000 años del anuncio de paz de los ángeles en Belén hablaba del número creciente de desplazados como consecuencia de “una interminable y horrenda serie de guerras, conflictos, genocidios, limpiezas étnicas, que habían marcado el siglo XX. Migran, sin embargo, las personas ante todo por “el anhelo de una vida mejor”. Se ponen en camino también aquellos que huyen de la miseria empeorada por la degradación ambiental.

El Santo Padre concluye su carta con las palabras de San Juan Pablo II sobre el “sueño de un mundo en paz, y si se valora la aportación de los migrantes y los refugiados, la humanidad puede transformarse cada vez más en familia de todos y nuestra tierra verdaderamente en casa común”.

Durante una misa por la paz no puede faltar una oración por la paz. Quiero terminar con la oración de San Francisco de Asís, en realidad no encontré otra mejor:

¡Señor, haz de mí un instrumento de tu paz!
Que allí donde haya odio, ponga yo amor;
donde haya ofensa, ponga yo perdón;
donde haya discordia, ponga yo unión;
donde haya error, ponga yo verdad;
donde haya duda, ponga yo fe;
donde haya desesperación, ponga yo esperanza;
donde haya tinieblas, ponga yo luz;
donde haya tristeza, ponga yo alegría.

¡Oh, Maestro!, que no busque yo tanto
ser consolado como consolar;
ser comprendido, como comprender;
ser amado, como amar.

Porque dando es como se recibe;
olvidando, como se encuentra;
perdonando, como se es perdonado;
muriendo, como se resucita a la vida eterna. Amén.