Francisco: “La misericordia no abandona a quien se queda atrás”

Francisco: “La misericordia no abandona a quien se queda atrás”

PANAMÁ. 19 DE ABRIL DE 2020.   En el Día de la Divina Misericordia, el Papa Francisco, en su homilía recordó  dos momentos del carisma de Santa Faustina Kowalska, venerada como el apóstol de la Divina Misericordia; en la Santa Misa realizada en la Iglesia de Santo Espíritu.

“Hoy, en esta iglesia que se ha convertido en santuario de la misericordia en Roma, en el Domingo que veinte años atrás san Juan Pablo II dedicó a la Divina Misericordia, acojamos con confianza este mensaje. Jesús le dijo a santa Faustina: «Yo soy el amor y la misericordia misma; no existe miseria que pueda medirse con mi misericordia» (Diario, 14 septiembre 1937)”.

En la vida avanzamos a tientas, como un niño que empieza a caminar, pero se cae, y se cae una y otra vez… Dijo el Papa Francisco,  Dios sabe que sin misericordia nos quedamos tirados en el suelo, que para caminar necesitamos que vuelvan a ponernos en pie. “La misericordia no abandona a quien se queda atrás”.

Es tiempo de eliminar las desigualdades, de reparar la injusticia que mina de raíz la salud de toda la humanidad, señalo el Papa, y pidió que aprendamos de esa primera comunidad cristiana descrita en el libro de los Hechos de los Apóstoles, donde los “creyentes vivían todos unidos y tenían todo en común.

En su homilía, se detuvo un momento para hablar del carisma de la Santa, y dijo que, en una ocasión, Faustina le dijo a Jesús, la respuesta de Jesús la desconcertó: «Hija mía, no me has ofrecido lo que es realmente tuyo». ¿Qué cosa había retenido para sí aquella santa religiosa? Jesús le dijo amablemente: «Hija, dame tu miseria» (10 octubre 1937)”.

El Papa Francisco, Él espera que le presentemos nuestras miserias, para hacernos descubrir su misericordia.

Tomás no creyó sólo en su resurrección, sino también en el amor infinito de Dios, afirmó el Pontífice, e hizo la confesión de fe más sencilla y hermosa: «¡Señor mío y Dios mío!». Así se realiza la resurrección del discípulo, cuando su humanidad frágil y herida entra en la de Jesús.