El Papa Francisco recuerda la memoria de Santa Luisa de Marillac y reza por las religiosas vicentinas que ayudan al Papa y dirigen el dispensario pediátrico que está en el Vaticano, y por quienes viven en la Casa Santa Marta, expresó al iniciar la Misa de este sábado de la cuarta semana de Pascua.
Hoy es la conmemoración de Santa Luisa de Marillac: recemos por las hermanas vicentinas que llevan adelante este dispensario, este hospital desde hace casi 100 años y trabajan aquí, en Santa Marta, para este hospital. Que el Señor bendiga a las hermanas.
La memoria de Santa Luisa de Marillac se celebra normalmente el 15 de marzo, pero siendo Cuaresma se ha trasladado para el sábado 9 de mayo. Las hermanas que trabajan en la Casa Santa Marta pertenecen a la Congregación de las Hijas de la Caridad, la Congregación fundada por Santa Luisa de Marillac (familia vicentina). Una pintura de la santa fue llevada a la capilla.
En su homilía dijo que el Espíritu Santo hace crecer a la Iglesia, pero por otro lado está el espíritu maligno que trata de destruirla: es la envidia del diablo que utiliza el poder mundano y el dinero para este fin. En cambio, la confianza del cristiano es en Jesucristo y en el Espíritu Santo.
«La Iglesia -recuerda Francisco- va adelante entre las consolaciones de Dios y las persecuciones del mundo». Y a una Iglesia «que no tiene dificultades le falta algo» y «si el diablo está tranquilo, las cosas no van bien». Siempre la dificultad, la tentación, la lucha… los celos que destruyen.
Lo que sucede en la Iglesia primitiva, afirma el Papa, es decir que «la obra del Espíritu para construir la Iglesia, para armonizar la Iglesia, y el trabajo del maligno para destruirla, no es más que un desarrollo de lo que sucedió en la mañana de la Resurrección.
El Papa concluye su homilía con una exhortación: «Tengamos cuidado, tengamos cuidado con la predicación del Evangelio» para no caer nunca en la tentación de «poner nuestra confianza en los poderes temporales y en el dinero».
Finaliza con esta oración:
“Creo, Jesús mío, que estás realmente presente en el Santísimo Sacramento del Altar. Te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte en mi alma. Pero como ahora no puedo recibirte sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi corazón. Como si ya te hubiese recibido, te abrazo y me uno todo a Ti. No permitas, Señor, que jamás me separe de Ti. Amén”.